
En la política sinaloense abundan los discursos, escasean los resultados y sobran los personajes que han hecho del cargo un oficio de supervivencia personal. Uno de esos nombres que aparecen con frecuencia pero sin trascendencia real es el de Bernardino Antelo Esper, diputado local, coordinador del grupo parlamentario del PRI en el Congreso de Sinaloa y, sobre todo, un político que ha dado la espalda sistemáticamente a su municipio natal: Ahome.
Originario de esta región del norte del estado, Antelo ha pasado por distintos cargos públicos sin que su paso haya dejado huella positiva en su tierra. Cuando fue diputado federal, lejos de servir de enlace para gestionar recursos que ayudaran a resolver las carencias de Ahome, optó por trasladar esos apoyos a otros municipios. La decisión, aseguran fuentes al interior del propio PRI, obedeció a un cálculo más personal que político: ahí podía condicionar la asignación de obra pública y recibir beneficios económicos bajo el esquema del conocido “moche”, una práctica que algunos se esfuerzan en normalizar pero que representa una traición directa a la ciudadanía.
Hoy, ya sin la posibilidad legal de gestionar recursos federales, Antelo dirige una bancada priista reducida y sin capacidad de negociación real. Su liderazgo es más simbólico que operativo. No hay posicionamientos firmes, no hay iniciativas que respondan al contexto social de Sinaloa, y mucho menos se percibe una agenda legislativa sólida. A cambio, ha dedicado su tiempo a fortalecer su pequeño grupo de aliados, entre ellos su compadre y socio político, a quien colocó al frente de la dirigencia estatal del PRI.
La dupla ha resultado un lastre para el partido, que se hunde entre la desorganización, la falta de credibilidad y las ocurrencias tácticas. Mientras tanto, en Ahome, los problemas se acumulan y el diputado que debería alzar la voz por su municipio permanece en silencio o, en el mejor de los casos, se limita a reproducir boletines genéricos.
Bernardino Antelo representa esa clase política que ve la función pública como una escalera para intereses propios, y no como un compromiso con el bienestar colectivo. Su falta de arraigo, de propuesta y de empatía con los problemas sociales lo convierten en un legislador ausente, más preocupado por cuotas internas que por responderle a quienes, al menos una vez, confiaron en él.
Ahome sigue esperando algo más que promesas vacías y apariciones mediáticas. Y aunque el calendario político avanza, la memoria ciudadana —por fortuna— también sabe registrar a quienes solo aparecen para la foto, pero nunca para cumplir.